Por Milagros Socorro
La noche de este martes 7 las calles del este de Caracas, por donde transité poco después de la caída del sol, estaban vacías. Oscuras y vacías. Parecía que hubiera caído una lluvia de plomo y los caraqueños se hubieran escondido en los sótanos del valle.
La imaginación del país estaba secuestrada por los minutos finales de una muchacha que en 2004 había desfilado por una pasarela internacional llevando en el pecho el nombre de Venezuela. Entre suspiros y frases entrecortadas para expresar el horror, la ominosa convicción de que un día también nos tocará, que estamos en lista de espera… entre balbuceos, decía, desviamos la mirada y callamos porque estamos raptados por imágenes horribles de lo que pudieron ser esos momentos en la autopista que conduce a Valencia. Cuál sería el pavor de esos muchachos, qué funestas las sombras de la noche, cuán feroces las caras de los criminales, qué abyecta su mirada, qué tembloroso el llanto de la criatura, cuál el temor de una bella muchacha asediada por hienas, cuánta la desesperación de ese hombre en su deseo de proteger a su familia… read more

