Por Emma Amaya

Datos y familia, de una forjada y vaporosa identidad que se vuelve etérea con cada verificación.
“La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre…” Cornelius Tacitus.
Hasta ahora y como derivado directo de cada aparición en los medios audiovisuales, con las diarias peroratas discursivas de este supuesto Nicolás, también supuesto Maduro y hasta de supuesto Moros como apellido materno, que llaman la atención de quien lo observa, se han centrado en las desatinadas o idiotas expresiones de alguien quien, mostrándose así en forma repetitiva, se asume como un palabrerío de limitada valía; que no más allá que la impronta de un craso ignorante; tanto, que apenas si dominaría cuando mucho los 400 vocablos básicos a los que se refirió alguna vez Arturo Uslar Pietri.
Esta individualidad que se hace llamar Nicolás, pareciera ser uno de esos anodinos y lisonjeros sujetos a quienes ni siquiera se está seguro de acierto definitivo si se le identifica o menciona por la profesión de la madre. La realidad bien pudiera ser otra: Bien pudiere tratarse de una forjada identidad que, dada la posición y de las capacidades de decisión ya alcanzadas para el mantenimiento de sus condiciones de operación y en función de los objetivos pautados, pareciera, ha impuesto la necesidad de desaparecer todo aquello que pudiera poner en riesgo su verdadera identidad. En especial, la de esfumar a todas aquellas individualidades, dentro y fuera de Venezuela; primero, las más cercanas a sus difundidos orígenes: padres, hermanos y demás allegados. Que ello sea el derivado de la acción del propio impostor, el supuesto Nicolás, o de sus contralores cubanos, el efecto es el mismo; se trata de la desaparición física de quienes pongan, en estos momentos, a riesgo la continuidad de una tremenda patraña. read more