Por Manuel Malaver

La manía ambulatoria que, desde que asumió la presidencia hace casi 4 meses, ataca de manera furiosa a Maduro, podría ser diagnosticada a partir de diversos síntomas, pero yo prefiero detenerme en su condición de presidente hereditario, de aquel empleado que, lejos de hacer méritos para ganarse el cargo, le cayó simpático, simpatiquísimo, al jefe, quien se retiró y lo nombró dueño del equipo, cuarto bate y novio de la madrina.
“Lo que poco nos cuesta, hagámoslo fiesta” reza un dicho popular, y la verdad es que contar ya 16 salidas del país en apenas 108 días de gobierno, en flotas de hasta 3 aviones, con invitados que pueden pasar de 50, alojado en hoteles 5 estrellas, y entregado al lujo y al “savoir-vivre” en que ha devenido la política global, pienso yo que está más cerca de la “rumba eterna” que de la “revolución permanente”.
Y no digo que Chávez, el antecesor y legatario de Maduro, no fuera el inventor de tan “sacrificada” y “dura” forma de gobernar, pero creo que, por lo menos, hay que reconocerle que tuvo el cuidado de asignarle un propósito, una justificación, como era propagar la buena nueva de la revolución, e iniciar un reparto indiscriminado de bienes nacionales (petróleo, petrodólares, refinerías, oleoductos, termo e hidroeléctricas, carreteras, urbanizaciones, compra de bonos basura) a todo vivián que le dijera que estaba con el proceso y dispuesto a inscribirse en una cruzada, o “Madre de todas las Batallas”, para acabar con el capitalismo, el imperialismo y los Estados Unidos. read more




