Crecer en Venezuela durante el régimen chavista fue, de una retorcida manera, muy educativo. Nos enseñó, por ejemplo, el largo trecho que existe entre el discurso socialista y los hechos.
Por María Oropeza abogada y coordinadora juvenil de “Vente Venezuela”.
Recuerdo mi infancia escuchando las cadenas nacionales de Hugo Chávez, que parecían interminables. Si no tenías algún “paquete” con medios internacionales para tu televisión, era casi imposible ver algún programa de entretenimiento o comiquitas que no fuese escuchar las anécdotas, falacias y malos chistes del difunto durante largas horas.
Para los que nacimos en la década de 1990, se nos hacía un tanto difícil poder distinguir entre la educación académica y el adoctrinamiento político, ya que era la misma escuela la que te regalaba una libreta con dibujos para colorear a la familia de Chávez. Ni siquiera te dabas cuenta.
Pero nací en una familia consciente y pensante, afortunadamente, que pese a todo me dejaron muy claro los valores con los que hoy puedo discernir entre lo bueno y lo malo.
Y desde luego, el socialismo con su traje de chavismo nunca ha sido bueno.
Tanto en el régimen de Chávez, como en el de Maduro, siempre fue usual escuchar los fantasiosos mensajes y analogías que en la realidad solo eran una farsa.
Nos hablaron en contra los ricos; hoy ellos son ricos y nosotros pobres.
Nos hablaron de los indígenas; hoy masacran nuestros pemones.
Nos hablaron de tomar los medios de producción para el pueblo; expropiaron y quebraron todo.
Nos hablaron de igualdad; hoy las madres pasan largas horas en colas para adquirir harina.
Nos hablaron de educación gratuita; hoy la deserción estudiantil supera el 40%.
Nos hablaron de salud gratuita; hoy la gente muere en hospitales por falta de insumos.
Nos hablaron de ecología; hoy sus mafias han destruido nuestros bosques en busca de oro y coltán.
Nos hablaron del amor por los niños; hoy más de la mitad se va a la cama sin comer.