Por Antonio Sánchez García
Conocí a Jorge Rodríguez en una celebración de año nuevo en casa de nuestra querida amiga Chana Uzcátegui, en Margarita. Lo he contado en detalles en una carta abierta que le dirigí algún tiempo después, cuando de las dos versiones que me fueran dadas para caracterizarlo, la de un amigo entrañable jurista de una honestidad fuera de toda duda y la de otro gran amigo, un médico prestigioso al que hemos tenido en mi familia en la más alta estima, se demostró como correcta la de nuestro querido amigo médico.
Según aquel, Jorge Rodríguez, compañero de estudios de uno de sus hijos, era un excelente muchacho, serio y muy responsable. Según el médico, con quien conversé a pocas horas de haber conocido a Rodríguez durante esa cena del 31 de diciembre de 2003, el hijo del guerrillero muerto en las dependencias de la DIGEPOL a raíz del caso Niehaus, era de una maldad, un cinismo y una doblez tan pérfida, que sus compañeros de universidad decían preferir dormir con una mapanare antes que compartir su lecho.
Al poco tiempo, y habiendo seguido sus ejecutorias al frente del CNE, del que desaparecería para reaparecer súbitamente en Lima junto a Ollanta Humala en su primera comparecencia presidencial comprendí que Rodríguez era muchísimo más que un talentoso psiquiatra egresado de la UCV, amante de la literatura y capaz de ganarse un premio literario en un importante periódico nacional gracias a un cuento que dejaba traslucir sus traumas identitarios, su ambigüedad sexual y su fascinación por el morbo de la represión política y la criminalidad policial. La propia mapanare. read more