Por Jurate Rosales
La dependencia norteamericana del petróleo venezolano ya no existe y Maduro puede ahorrarse los insultos. Las venas abiertas de Venezuela fluyen hacia otro lado.
Venezuela está muy lejos de los tiempos cuando Juan Vicente Gómez firmaba con las incipientes trasnacionales los primeros contratos de explotación petrolera, o cuando en la Segunda Guerra Mundial el transporte del crudo venezolano a Curaçao era asunto vital para sostener el esfuerzo bélico norteamericano. Igualmente lejos están los llamados shock petroleros de los años 70, cuando el suministro venezolano parecía fungir de pararrayos a la economía mundial. El mito de la riqueza petrolera venezolana necesaria para los Estados Unidos, creado a lo largo de casi un siglo, está por desaparecer y extraña que la propaganda anti-gringa no haya captado ese cambio trascendental. Si ahora, Venezuela deja de vender petróleo a Estados Unidos, allá, Obama encantado aprovecharía el hecho para que los ecologistas le aprueben el paso del oleoducto canadiense hasta el golfo de México que ahora se le dificulta. Más nada. A lo sumo, una llamadita a Arabia Saudita: porfa, ábreme ese grifo que tienes sin usar, pero quizás ni eso sería necesario. En el norte, un corte del petróleo venezolano sería como la picada de un mosquito.
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