Por Gustavo Tovar Arroyo
Si el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, Cilia Flores es una absoluta corrupta.
Su ambición autocrática es a un tiempo escandalosa y siniestra. No tiene límites. Encarna la corrupción absoluta del madurismo. Se adueña de todo y de todos, y lo hace como una déspota, es despiadada. No lo digo yo, es el rumor a voces dentro chavismo. Nadie la soporta por vil.
Cuando Ramón del Valle-Inclán escribió su celebrada novela el “Tirano Banderas” no imaginó que se anticipaba a los tiempos venezolanos del siglo XXI. Su Tirano no sería un hombre, sino una mujer; su apellido no sería Banderas, sino Flores.
Lo cierto es que la tirana actúa de manera sin vergüenza y descarada: demasiado “bandera”.
La Tirana bandera, Cilia Flores, junto a su monigote Nicolás, sus hijos, hermanos y sobrinos, son las hienas devorando la carroña de la administración pública y de la justicia de Venezuela.
Tienen hambre, mucha hambre.
De mosquita muerta a mosquita hambrienta
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