Por Luis José Semprum
En una democracia, las elecciones sirven como válvula de escape. Los diferentes puntos de vista se someten al voto de la población, y existe un acuerdo a someterse a la voluntad de la mayoría, aunque las minorías no queden plenamente satisfechas.
De esta manera, las tensiones se alivian. Se firma una especie de “tregua” entre las partes, hasta que en unos futuros comicios se reacomoden las aspiraciones de cada quien, en el entendido de que habrá alternabilidad en el ejercicio del poder.
Por eso se habla de “luna de miel” luego de unas elecciones.
Pero cuando un gobierno trampea los resultados, como ocurrió en Venezuela el pasado 7 de octubre, ocurre justamente lo contrario: la gente se siente engañada y frustrada, las tensiones aumentan, y a la postre se crean las condiciones para el estallido de la violencia. Es lo que pasa cuando a una olla de presión se le cierra la válvula de escape.
No está en discusión si hubo o no hubo fraude. Unos prefieren llamarlo por su nombre, y otros, por razones que no se entienden bien, prefieren hablar de ventajismo, desequilibrio, u otros eufemismos. Aún así, lo que importa es que la mayoría de la gente no cree en los resultados anunciados por el CNE el 7-O; y en lugar de celebración y reconciliación, lo que hay es inconformidad, descontento, y protestas por todos lados.
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