Por Leonardo Padrón
No recuerdo en qué ciudad me topé con un reloj digital que marcaba el paso del tiempo en unidades menores a un segundo. La velocidad con la que avanzaban los últimos dígitos era frenética. Sentí que me dirigía hacia la muerte de forma vertiginosa. La desazón fue tal que desvié la mirada. Pero es así. Estamos en cuenta regresiva. El corazón es un reloj de arena. Somos rehenes del calendario. Es sabido, el tiempo es oro y cada vez nos queda menos. Nos encaminamos hacia la desaparición. La fugacidad es nuestro reino. En el costado sur de Union Square, en New York, hay un enorme reloj digital de 15 números. Ostenta su magnitud en la pared de un amplio edificio. Muchos lo ven sin saber exactamente qué es lo que mide. Los más curiosos han logrado detectar que es un metrónomo. Mide el tiempo que ha transcurrido desde la medianoche que nos precede y el lapso que falta para la próxima medianoche. Te hace sentir emboscado entre dos oscuridades. Como diría Vicente Gerbasi: “Venimos de la noche y hacia la noche vamos”. En Times Square hubo durante muchos años un indicador gigante que medía la deuda nacional de Estados Unidos. Una cifra que aumentaba a cada instante, sin clemencia, y aterraba a todos los norteamericanos que alzaban la vista. Marcaba, además, cuál era la parte de la deuda que le correspondía a cada ciudadano. Un “reloj” perverso, sin duda. Tuvieron que eliminarlo porque se les acabaron los dígitos. Era una cuenta regresiva distinta. Una ansiedad en alza. El caso es que en Venezuela tenemos más relojes que en ningún otro lugar del mundo para calcular la versatilidad de nuestras angustias. En este país que, ferozmente, avanza hacia el pasado, cada quien tiene su propia cuenta regresiva.
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![[imagenes.4ever.eu] reloj de arena, pluma, hojas 169110](https://ovario2.com/wp-content/uploads/2013/10/imagenes.4ever.eu-reloj-de-arena-pluma-hojas-169110.jpg)









