El “efecto Capriles” en Colombia: lo que no se vio de la visita que sacudió al país

Por Ana Vanessa Herrero / Departamento de Investigación / Noticias24

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Aproximadamente a las 7 am aterrizó el avión que nos llevó hasta Bogotá. El frío, la poca gente y la visita de Henrique Capriles eran los temas que rompían el hielo mientras se esperaban las maletas. Para ese momento, nadie se imaginaba el terremoto político que causarían esos dos días en Colombia.

La reunión, como ya bien ha dicho Capriles en varias oportunidades, fue privada y “cordial”. Según su propio testimonio, se hablaron temas de “interés para ambos países”. Uno de ellos, por ejemplo, la situación de la economía, que bien afecta directamente al hermano país, al ser un socio comercial preferencial por su ubicación estratégica.

La mayoría de las personas en Bogotá conocían la noticia. Algunos no sabían bien de qué se iba a hablar, otros especulaban, pero sí estaban seguros que el encuentro era importante. A las 11 de la mañana la Plaza Bolívar, ubicada frente al Congreso colombiano, comenzaba a sentir en sus calles los pasos de algunos venezolanos curiosos que tenían información de la reunión. Otros, colombianos, simplemente preguntaban con curiosidad a la prensa y todos reaccionaban igual al asegurarles que Capriles hablaría en la plenaria.

El efecto Capriles, “le guste a quien le guste”

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Manuel es un hombre alto, moreno, de unos 50 años de edad y amable en forma y fondo. Abrió la puerta del taxi y como tiende a pasar, inició una grata conversación camino al Congreso. Reconoció rápidamente el acento. “¿Venezolana?”, dijo, “sí, de Caracas”, contesté; acto seguido, como en los tiempos en los que el presidente Chávez estaba vivo, cuando todo giraba en torno a él, el taxista dijo: “Aquí está Capriles, ese sí es un señor”.

Según relató, en varias oportunidades tuvo la oportunidad de estar sentado al lado del excandidato opositor. “Nunca he conocido a alguien tan humilde”, dijo recordando la conversación que tuvo en una oportunidad en la que el Gobernador de Miranda visitó Colombia.

No preguntamos fecha ni el fondo de la conversación; tampoco hizo falta. Para Manuel, Capriles es un hombre serio, amable, sencillo que no dudó en sentarse en la parte delantera del vehículo y conversar durante todo el trayecto. “No todos son así”, comentó, y no es imposible creerlo.

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Una vez en la Plaza, conversando con una mujer que vendía diferentes tipos de chucherías y comida para las palomas, pudimos observar lo que en algún momento de la campaña presidencial de 2012 llamamos “El efecto Capriles”. La gente pretendiendo disimular, preparaba sus cámaras y se colocaba en sitios estratégicos. Un grupo que evidentemente apoya al Gobernador se podó en la acera frente al Congreso para esperar su llegada.

“Le guste a quien le guste, su merced debe saber que aquí todos lo quieren“. La señora, segura de lo que estaba diciendo, detalló que el pasado 15 de abril mucha gente “se sintió triste” por los resultados electorales: “Y eso que somos colombianos, pero es que nos afecta mucho eso de la economía”. Según relató, ella tiene “a un familiar” en Caracas, en situación irregular, sin posibilidad de salir del país, sin trabajo estable “y ahora sin papel”.

Se supo que llegó porque el movimiento de las personas y los periodistas fue evidente. Algunos lo aplaudieron en la Plaza, mientras otro grupo que ya merodeaba minutos ante, comenzaba a alzar consignas en contra. La situación, que poco después de puso tensa, era observada con incredulidad por muchos, pero no por la protesta como tal, sino porque quienes lo hacían eran colombianos.

La discusión

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“La cosa es que ni siquiera son de allá”, decía un hombre con traje que no salía de su asombro al observar que esas personas con banderas alusivas a la revolución hablaban de traición a la patria, porque la realidad es que ese escenario de violencia verbal, de altanerías y discusiones donde nadie se escucha que el venezolano ve a diario, “en Colombia no pasa”.

“Esta periodista es fascista”, dijo un joven con la cara encapuchada que poco o nada sabía lo que estaba haciendo ahí, pues no pudo explicar cuál era el supuesto delito que estaban manifestando. Sin embargo otros estaban más informados, o al menos tenían hojas impresas con “puntos básicos” para estarlo.

“Por favor señores no discutan”, decían unas personas con un chaleco que irónicamente colocaba “gestores de convivencia” en la parte posterior, asombrados por lo ocurrido. Las pocas personas crearon más un acto digno de pararse a observar por lo diente que por lo contundente.

Dentro del Congreso, Capriles esperaba la rueda de prensa que se desarrolló sin problemas. Caminar de una sala a otra era una tarea difícil, porque tanto periodistas como curiosos querían acercarse “al hombre del momento”, como comentó un reporte de una TV local.

Las fotos

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“Yo no entiendo cuál es el problema de eso”, decía un conductor mientras hablaba de lo que había ya salido en primera plana de la prensa nacional. “Es normal pues, se reúne y listo”. Pero lamentablemente este hombre no conoce la realidad de la política venezolana, como no la conocen muchos en Colombia.

“Aquí lo que nos llega es pura información del presidente Maduro y ya”, nos comentó un periodista, “porque creo que ustedes tienen un problema con los medios”. Esa mañana mientras la prensa se preparaba, cientos de venezolanos con gorra tricolor esperaban para entrar al lugar del encuentro. A casa llena, Capriles llegó causando furor y que no importaran sillas, ni orden, ni protocolo. Una mujer intentaba subirse a la pequeña tarima, mientras otras jóvenes hacían lo imposible por tomarse una foto con él. En ese momento, ni a venezolanos ni a colombianos les importó si Venezuela rompía relaciones -como se rumoraba-, o si Santos hizo bien o mal. “Lo más importante es que está aquí”, dijo una mujer de avanzada edad que olvidó la decencia y cerró con un contundente “lo demás es paja”.

“Por favor, ¿usted me toma una foto con él?”, era la frase más escuchada en cada uno de los encuentros. No importaba que fuesen congresistas o trabajadores, o personas en la calle, incluso pilotos; todos querían una fotos con Capriles. Su efecto es tan contundente en Venezuela como en el hermano país. Ver para creer, pues es complicado imaginar que en otro país, los mismos ciudadanos se le lancen o le prohiban caminar por la euforia al verlo. Por ejemplo, y solo por dar uno, un periodista de traje, serio, con grabador y libreta en mano, intentó en más de 5 oportunidades captar una autofoto con Capriles detrás mientras daba las declaraciones a los medios. Tomaba la imagen, la miraba y lo volvía a intentar, pues en cada intento cortaba parte de su cabeza, salía movida o sencillamente no aparecía su foco central. Una vez lograda la hazaña, sonrió y siguió anotando.

Más de 100 personas se quedaron afuera ese día, y mas de 100 se mantuvieron hasta el final, para verlo, hablarle y sobretodo darle las gracias “por lo que ha hecho por nosotros”.

La sorpresa

“El es muy querido aquí (…) todo el mundo lo quiere”, repetía otro taxista -con este, tres que lo decían-. El carro que iba camino al aeropuerto dejaba ver una ciudad que logró darle la vuelta lo que alguna vez fue malo para convertirla en un centro de turismo y negocios. Una vez en el aeropuerto, las personas esperaban para tomar el avión a Caracas. Eran las 9 de la noche cuando una encargada de la línea dijo por el altavoz: “Los siguientes pasajeros por favor presentarse en la puerta 28 B”. Nadie se imaginaba que uno de los nombres era el de Henrique Capriles y cuando lo nombraron, un grito retumbó en la sala y todos los pasajeros se levantaron a buscarlo.

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La gorra tricolor se distinguía desde el final de la sala. En ese momento más de uno agradeció que la tecnología permitiera capturar el momento. Mujeres y hombres corrieron a tomarse una foto con el excandidato a quien muchos llamaron “presidente”. En el avión la gente aún no lo creía, ni siquiera los pilotos. Lo bendecían, le daban las gracias y una mujer exclamó: “No puedo creer que no vaya en primera”. Sentado junto al resto de los pasajeros, disfrutó de las palabras dadas y posó para cada una de las cámaras.

En Maiquetía, las personas del aeropuerto y los de inmigración, lo saludaron uno a uno y sonreían a su paso. “Te van a botar”, dijo un hombre en inmigración a otro que salió solo para verlo, con un tono más burlón que serio. La aduana fue igual, y el trayecto hasta el vehículo se hizo casi eterno, mientras cada uno de los presentes le pedía una imagen. Así fue el efecto de Henrique Capriles, uno difícil de comprender a no ser que se vea o se cuente, pero que es real, como dijo la señora en la Plaza Bolívar, “le guste a quien le guste”.

Ovario II dice: Jajajaja… a Henrique lo persiguen las mujeres a donde vaya y todas lo quieren apurruñar y besar…

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Ovario II dice: Jajajaja… Ésta se paso…

Mientras que al orangután pecho pelúo, quien tiene que salir en cámara besando a su vejucona barragana para probar que es macho… a ese sólo se le acercó este loquito que lo quería inocular… jajajaja… ¿por donde?

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