Por TRINO MÁRQUEZ
Los resultados del 14-A desataron la furia de los herederos ilegítimos. No pudieron mantener el capital político que les había legado Hugo Chávez. En solo pocos meses, en realidad pocos días, porque los desmesurados funerales del comandante concluyeron apenas un mes antes de las elecciones, fueron concebidos con el expreso propósito de aprovechar su imagen con fines electorales.
La manipulación de su figura no les sirvió para preservar el volumen de la votación alcanzada el 7-O. Casi 700.000 electores migraron de las filas del oficialismo hacia el campo opositor. No se dejaron convencer por la mediocridad y opacidad de Nicolás Maduro, ni por el mensaje de un entorno oscuro y corrompido que pretende administrar el país como si se tratase de un establecimiento cuartelario.
Los pésimos resultados comiciales causaron los efectos de una bomba. El artefacto les estalló en la cara sin que se lo esperaran. Se dejaron convencer por los encuestadores tarifados que les pintaron un país inexistente. Que les hablaron de un triunfo cómodo. Los electores no cedieron a la extorción, ni cedieron a las presiones. Los cómputos del 14-A les mostraron lo difícil que resulta construir un liderazgo sólido y creíble. Esa conquista requiere talento y dedicación. Se dieron cuenta de que la rueda de la fortuna giró. Ahora son ellos quienes carecen de un líder con proyección nacional, mientras la oposición, luego de muchos años –probablemente desde la época en que el escenario era dominado por Carlos Ortega- por fin cuenta con un dirigente de compacto, probado en duras campañas electorales, exitoso gobernador instalado en el ánimo de millones de venezolanos. read more