Por Fausto Masó
Al anunciar la destitución del director de Corpoelec en Aragua, Maduro mata dos pájaros de un tiro: busca chivos expiatorios de los apagones y coloca en entredicho al presidente de la empresa, al hermano de Chávez, Argenis, reafirma su autoridad y les pone un límite a los herederos políticos del presidente, sus verdaderos rivales, la familia del difunto presidente; golpea la mesa para mostrar autoridad, y frente al desastre eléctrico se lava las manos, les echa la culpa a otros. Continuarán los apagones, cada vez con mayor frecuencia.
Nicolás Maduro renueva a los directores de Corpoelec en varias partes del país, el gobernador Tareck ordena vigilar las instalaciones eléctricas del estado como si amenazando con los fusiles del Ejército volviera la luz a Aragua. En realidad, a Maduro sólo se le ocurre emplear un recurso gastado que en otra época daba frutos, lanzar una gran misión, esta vez eléctrica.
Todo esto indica la gravedad de la crisis eléctrica igual que la del manejo del dólar. Un gobierno de Maduro representaría un desastre nacional porque carece de equipo, de asesores, reemplazó la meritocracia que dirigía Edelca y Pdvsa por un conjunto de militares y viejos izquierdistas, no dispone de asesores como Pedro Tinoco, Miguel Rodríguez o de un gerente como Sucre Figarella, capaz de crear la CVG, o de los técnicos que construyeron y administraron el Metro de Caracas durante varios períodos presidenciales, o en los primeros tiempos de la democracia, de un Héctor Hurtado. Agréguese que faltan los dólares y que manejan torpemente los que quedan en caja como lo demuestra esta última subasta, el país no soporta más tiempo al actual equipo de gobierno.
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